Quizá la copa de los mundiales de Quidditch no esté llena de oro, pero tiene un gran valor para los equipos de Irlanda y Bulgaria que se la disputan en un acontecimiento deportivo de primera magnitud en el mundo de la magia. Cuando los irlandeses se alzan con la victoria, no tienen ninguna queja sobre la actuación de sus animadores, los leprechauns. Sin embargo, en la mayoría de los casos, los encuentros entre humanos y leprechauns no son tan armoniosos.
Aunque estas criaturas del folklore irlandés se pasan la mayor parte del tiempo fabricando zapatos, no es ningún secreto que también se dedican a vigilar sus inmemoriales almacenes de oro y otros tesoros enterrados. Cuenta la leyenda que los humanos pueden compartir esta riqueza, pero sólo si son lo bastante listos como para capturar a un leprechaun y forzarle a entrega sus ricos bienes a cambio de la libertad. No es fácil, ya que todos estos diminutos hombres (todos los leprechauns son macho) son extremadamente listos y duelen encontrar la manera de desbaratar los planes de los humanos. Un cuento típico empieza con un viajero que sigue el débil sonido de un martillo, proveniente de un espeso bosque. Cuando el leprechaun ve que le han descubierto, se muestra amable hasta que su visitante le pide que le diga dónde esconde su oro. Entonces agarra un berrinche tremendo, niega tener roro y señala un árbol o hace lo que sea para distraer a su captor. En el mismo instante de el humano le quita los ojos de encima, el leprechaun se esfuma. Si le falla este truco, le quedan aun muchos más recursos. Por ejemplo, puede volverse sorprendentemente generoso y, en un abrir y cerrar de ojos, comprar su libertad con una bolsa repleta de monedas de oro. pero como descubren los seguidores de los Mundiales de quidditch, cuando los leprechauns los rocían con oro, es mejor no endeudarse demasiado pronto, pues su regalo se convierte en seguida en cenizas o desaparece por completo.
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